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Sociedad

El señor del buen camino: Las huellas Afro en San José de Feliciano

Una famosa y antigua peregrinación con un santito que llevaba una curandera negra que era escobera y que vivía en el Cardal. El “santo negro”  era puesto en la punta de un palo de escoba, adornado con cintas de muchos colores y era sostenido por doña Machenga, una  viejita que caminaba bien encorvada en el frente de la procesión. Detrás de doña Machenga venían músicos con acordeón, guitarras y cantaban chamamé ” hasta llegar al pueblo. Cuando llegaban al centro  dejaban al santito y volvían. Todo esto se hacía en tiempos de sequía para pedirle al “Señor del buen Camino” que llueva y así poder subsistir con sus chacras y sus animalitos.



 

El profesor , Andrés Gastaldi, realizó la investigación y relató esta historia que pocos felicianenses tienen presente:

 

 

-Desbande de Basualdo-El principio

Existe, para los habitantes del norte entrerriano, sobre todo para los felicianeros, un hecho histórico que marca uno de los momentos importantes en cuanto al poblamiento de esta parte de la provincia y del Litoral argentino. Sin embargo es poco conocido el suceso. Los historiadores de la provincia de Entre Ríos le han dado poca trascendencia y poca importancia.

En su libro “La Tripe Alianza contra los países del Plata” Leonardo Castagnino relata: “(23 de julio de 1865).Tras la victoria brasileña de Riachuelo, Mitre se embarcó en Buenos Aires (17 de junio) para dirigir desde Concordia las operaciones. Allí se concentrarán los efectivos aliados. El 24 ordenó a Urquiza2, que seguía en Basualdo, avanzase sobre el río Corrientes a fin de no perder contacto con los paraguayos. El mismo día, Osorio, con los 15.000 brasileños que ocupaban la República Oriental, cruzó el Uruguay y llegó a Concordia.

El 3 de julio Urquiza va a entrevistar a Mitre. Los entrerrianos, que de mala gana hablan obedecido a su general creen en un abandono; como un reguero de pólvora corre la noticia por el campamento de Basualdo: "Compañeros: el Capitán General se ha ido a su casa y es necesario que nosotros también nos vayamos. No sean tontos; no se dejen engañar”, se repetían los convocados (Arch.Uruiza. Chávez Fermín. Vida y muerte de López Jordán).

Inútilmente los jefes -el general Ricardo López Jordán, los coroneles Manuel Navarro, Domingo Hereñú y Manuel Caravallo- tratan de contener la desbandada. Se oyen gritos "¡Viva Urquiza y muera Mitre", Imitando el aullido de los zorros, los nogoyaceros y victorianos van dando de carpa en carpa la señal de la deserción y buena parte de las divisiones se desbandan.

La noticia llega a Urquiza a la madrugada en la estancia de Gregorio Castro, donde ha hecho noche en su viaje a Concordia. Monta rápidamente, pero su presencia es inútil: cerca de 3.000 entrerrianos han dejado el campamento, y los restantes parecen resueltos a imitarlos. Urquiza ordena fusilarnientos y proclama que "la patria exige ir a la guerra"; todavía su prestigio es grande, pero no detiene el desbande que seguirá en las noches siguientes. Hasta el 7 de julio, en que para mantener su vacilante autoridad, licencia todo el campamento. Hará una nueva convocatoria en el Yuquerí; pero la tarea resulta difícil.

López Jordán desde Paraná le escribe el 31 de julio "que la gente se reunirá donde V. E. ordene, pero no quieren ir para arriba»"; el coronel Juan Luis González escribe el 19 de setiembre "que si esta marcha no es contra Mitre, ellos (los entrerrianos) no salen de sus departamento" (Ibídem).

A pesar de la orden de Urquiza, los entrerrianos volverán a desbandarse en Toledo.”

Castagnino nos introduce en un enfoque somero de lo que fue el hecho, cierto caso que, el suceso conocido como “Desbande de Basualdo” fue un hito trascendental para detallar lo que sucedía en nuestro territorio con el rechazo de la población a Mitre y su política unitaria, centralista, porteña, que arrogaba el poder y lo focalizaba en un grupo elitista que obedecía los designios de un imperio británico que pedía a los súbditos sudamericanos (Brasil, Argentina y Uruguay) que avanzaran en una envestida hacia el Paraguay que se establecía como potencia en industria pesada y no claudicaba su soberanía ante las imposiciones de un capitalismo salvaje que empezaba ya en el continente a manejar los hilos y a imponer tendencias librecambistas, liberales, privatizadoras, que devoraban a los competidores menores, a su vez, ésta potencia era la precursora de muchos males venideros como las famosas deudas externas del “sur del mundo”, el concepto visto desde una perspectiva eurocéntrica.

Los entrerrianos, como el resto de los pobladores del territorio, rechazaban enérgicamente la infame Guerra de la Triple Alianza. Una de las razones del rechazo era, precisamente, el reclutamiento de pobladores de raza negra para que vayan a la vanguardia de las tropas como “carne de cañón”.

En su libro “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010) Thomas L. Whigham resalta: “…el sentimiento antiporteño y antialianza en las provincias del Litoral era suficientemente profundo como para inspirar esperanza en algunos levantamientos.

Los disidentes regionales tenían en mente lanzar estas rebeliones en el momento que las Fuerzas paraguayas llegaran a Entre Ríos. Pero ahora, los brasileños dominaban el río Paraná casi hasta Tres Bocas y el general Wenceslao Robles seguía inmóvil.

La decisión del mariscal López de concentrarse en la acción militar y dejar de lado su exhortación política al pueblo del Litoral era poco visionaria. Sus amigos, si así los consideraba, tenían que depender de ellos mismos. En estas circunstancias, aun los miembros de la Junta Gubernativa de Corrientes se arrepentían de su previo entusiasmo. Calladamente continuaban cumpliendo sus obligaciones, pero el fuego que caracterizaba sus pensamientos se había disipado.

Habiendo gastado pocas vidas y capital en la campaña hasta el momento, el Gobierno Nacional no obstante cosechó la recompensa de ver debilitada su oposición regional, en condiciones de ser eliminada totalmente. Sin embargo, una oposición debilitada suele actuar desesperadamente y estar dispuesta a toda clase de jugarretas antes de resignar el centro de la escena.

En el Litoral, la figura política que sufrió más esta situación fue Justo José de Urquiza. Durante dos meses trató, con limitado éxito, de movilizar unidades para apoyar la causa nacional. Ya el 19 de Abril había emitido un llamado a las armas en su provincia nativa y no había razones para cuestionar la sinceridad de sus esfuerzos ni entonces ni posteriormente…”

Whigham afirma que, pese a una popularidad antes conseguida mediante campañas militares y mediante la oposición al régimen unitarista, Urquiza empieza a decaer en la misma por el acuerdo con Mitre para avanzar en contra del Paraguay. Cuando las tropas brasileñas tomaron definitivamente el río Paraná a Francisco Solano López se le empezó a disolver la idea de incitar y enardecer a sus hermanos litoraleños para que saboteen la avanzada argentina hacia el Río Corrientes y de ahí hacia el Paraguay. A pesar de esto, los litoraleños, en una muestra de desacuerdo y hermandad para con la pequeña provincia guaraní, empezaron a generar distintos movimientos disolutivos, uno de los más importantes fue el “Desbande de Basualdo”.

Sigue diciendo Thomas L. Whigham, citando a  Ramón Cárcano en su libro “La Guerra del Paraguay (Acción y Reacción de la Triple Alianza)”  y aquí empieza a aparecer Ricardo López Jordán como sostenedor de la causa Federal y artífice del derrocamiento a Urquiza: “…Más aún, como teniente designado por Mitre en la región, tenía tras de sí todo el prestigio y la autoridad del Gobierno Nacional (refiriéndose a Urquiza). Esto se extendía hasta el comando sobre las fuerzas de los generales Paunero y Nicanor Cáceres y del coronel Payba. Pero, con todo este poder y esta influencia, Urquiza igual fracasaba en su intento de reclutar hombres que se pensaran primero argentinos y luego provincianos. Ricardo López Jordán hablaba por muchos entrerrianos en ese tiempo cuando rechazaba la exhortación del gobernador: “Usted nos llama para combatir a Paraguay. Nunca, general; ese pueblo es nuestro amigo. Llámenos para pelear a porteños y brasileños. Estamos prontos. Esos son nuestros enemigos. Oímos todavía los cañones de Paysandú. Estoy seguro del verdadero sentimiento del pueblo de Entre Ríos”…”

También en una dedicatoria de Mitre a Urquiza, Concordia, 7 de Julio de 1865, en Bartolomé Mitre (1911). “Archivo del General Mitre”, en el Archivo del diario “La Nación”, Buenos Aires (veintiocho volúmenes). // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” se puede leer lo siguiente: “…Más común que el abierto rechazo al viejo caudillo era el pasivo conformismo de muchos hombres en edad militar que se sumaban a Urquiza, recibían su pago y desertaban a la primera oportunidad. En los papeles, Entre Ríos presentaba un Ejército formidable de ocho mil hombres para pelear contra el Paraguay (tres mil más de lo que había solicitado Mitre). En la práctica, de pocos de ellos se podía asegurar que ejecutarían sus órdenes.

La posición de Urquiza era decididamente débil y él trataba por todos los medios de mantener la cabeza fuera del agua. Elegantemente ignoró las presiones para enviar tropas no confiables hacia el Norte a ayudar a Paunero y en cambio usó suaves palabras para calmar tanto a los porteños como a sus propios airados seguidores. También trató de sobornar a los líderes militares paraguayos, algo que Mitre aprobaba, aunque consideraba improbable una deserción masiva de los campamentos del mariscal (Francisco Solano López)…”

Whigham, por último, argumenta lo siguiente sobre el hecho ya mencionado: Urquiza finalmente envió una serie de Notas a Robles en las cuales le sugería que, con veintidós mil hombres bajo su mando, era el general paraguayo (Robles) -y no el mariscal López- el verdadero poder en su país; si se pudiera dar vuelta contra el mariscal, entonces ése sería el fin de la guerra.

Robles rechazó estas insinuaciones con indignación, con lo que terminaron los contactos clandestinos de Urquiza, pero no sus problemas. Por un lado, el gobernador entrerriano discrepaba sobre la estrategia militar básica con Mitre y varios de los comandantes argentinos, especialmente Paunero. Este último se inclinaba por hostigamientos extensivos al enemigo independientemente de dónde se encontrara.

Urquiza era más cauto y tenía mucho mayor respeto por las cualidades guerreras de los soldados paraguayos, tal vez porque veía en ellos la misma bravura rústica de sus propios gauchos. Sentía que la columna de Estigarribia por sí sola podía tomar la mayor parte de su provincia y quería replegarse para concentrar las Fuerzas aliadas a lo largo del río Uruguay.

La primera manifestación de un problema con Paunero llegó a principios de Junio. Urquiza había acampado el grueso de su Ejército en Basualdo, cerca del límite entre Entre Ríos y Corrientes. En ese tiempo, Robles se estaba todavía acercando a Goya y el mayor Pedro Duarte había avanzado casi hasta Santo Tomé.

Urquiza esperaba que las dos Fuerzas enemigas se juntaran en cualquier momento y, por lo tanto, ordenó a Paunero proseguir hasta Basualdo sin demora. Cuando este estaba por cumplir la orden, sin embargo, se enteró del abrupto repliegue de Robles y sagazmente optó por seguir a los paraguayos hacia el Norte

 

El profesor Fermín Chávez en su libro “Vida y Muerte de López Jordán” relata el hecho en su totalidad y con algunos datos precisos sobre la investigación:

Desbande de Basualdo

El Desbande de Basualdo fue una deserción masiva de soldados  argentinos reclutados en la  Provincia d Entre Ríos para luchar en la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay.

Las anteriores guerras de los entrerrianos contra el centralismo de Buenos Aires y la antipatía contra el Imperio del Brasil, exacerbada por lo ocurrido en el Sitio de Paysandú, generaron un sentimiento general contrario a la guerra al enterarse que se los convocaba para luchar contra el Paraguay. La deserción se produjo el 3 de julio de 1865 en el campamento ubicado junto al arroyo Basualdo, Departamento San José de Feliciano, límite de Entre Ríos con la Provincia de Corrientes.

Antecedentes

Luego de la Invasión Paraguaya de Corrientes, el gobierno y la prensa de Buenos Aires temían que el ex presidente y caudillo entrerriano  Justo José de Urquiza se aliara con el presidente paraguayo  Francisco Solano López y juntos intentaran invadir Buenos Aires para derrocar a Bartolomé Mitre, antiguo enemigo de Urquiza.

 

Los temores se disiparon cuando Urquiza escribió al presidente argentino el 28 de abril de 1865 ofreciendo su colaboración:

Es de buen soldado saber obedecer, como pretendió saber mandar. Esta ocasión ha llegado y la sabré aprovechar.

Mitre agradeció a Urquiza, lo nombró comandante de la Guardia Nacional en Entre Ríos y jefe de la vanguardia, y le ordenó reunir un ejército de 5.000 hombres. Para esto ordenó el 29 de abril la convocatoria a la Guardia Nacional en Entre Ríos, quedando solo exceptuados los ancianos, médicos, abogados y jefes de oficinas. Los reclutas debían reunirse en cada departamento y luego trasladarse a Concepción del Uruguay.

Urquiza decidió convocar a 8.000 soldados en el campamento del  arroyo Calá,  Departamento Uruguay, y respondió el 29 de abril al ministro  Juan Andrés Gelly y Obes:

Puede V.E. asegurar al Sr. Presidente que el ejército entrerriano se reunirá en breve con todo el ardor que ha puesto siempre al servicio de la patria.

Los batallones Urquiza y Entrerriano que custodiaban Concepción del Uruguay al mando del jefe político coronel Pedro M. González se integraron a la convocatoria, que también incluyó a los pardos y morenos de 20 a 30 años y a todos los vagos y sujetos con penas correccionales.

Entre otros contingentes se hallaba la División Victoria, con 650 hombres al mando del coronel José María León.

El 11 de mayo de 1865 los reclutas salieron del Campamento del Calá llegando el 21 de mayo al Yuquerí, a 5 leguas de Concordia de donde continuaron hasta el arroyo Basualdo. Allí los esperaba la división de La Paz, compuesta por 9 escuadrones al mando del coronel Antonio Ezequiel Berón.

Los reclutas carecían de todo: armamentos, vestuarios, vituallas y caballos, ya que poco antes Urquiza había vendido 30.000 caballos al Brasil.

Urquiza pensaba reunir sus fuerzas con las de Wenceslao Paunero, que operaba sobre el   río Paraná en Corrientes, e intrigaba sobre el jefe paraguayo Wenceslao Robles, quien había avanzado hasta Goya. De quien esperaba se pronunciara contra López.

El 11 de junio se produjo la Batalla del Riachuelo, un combate naval en que la flota brasileña destruyó la escuadra paraguaya cerca de la ciudad de Corrientes. El 24 de junio Mitre ordenó a Urquiza avanzar sobre el río Corrientes.

 

Desbande

El sentimiento anti-guerra en Entre Ríos se materializó en acciones concretas de desacreditación, lo cual fue reprimido por el gobernador de Entre Ríos, José María Domínguez, quien el 9 de mayo hizo detener en Concordia a Juan Coronado, ex secretario de Urquiza, por desacreditar la causa nacional de una manera subversiva.

El 13 de junio los jefes políticos de los departamentos recibieron orden de vigilar a los que se ocupan en anarquizar a los ciudadanos que defienden la causa nacional.

 Como Paunero no obedeció la orden de Urquiza, éste concertó una entrevista con Mitre en Concordia y se dirigió allí el 3 de julio. Mitre se había embarcado para Concordia el 17 de junio para reunir allí a las fuerzas aliadas.

A la salida del general Urquiza diversos oficiales incrementaron sus intrigas sobre las tropas, incluso repartiendo bebidas alcohólicas.

Los rumores de que Urquiza había abandonado a las tropas pasaron de boca en boca:

Compañeros: el Capitán General se ha ido a su casa y es necesario que nosotros también nos vayamos. No sean tontos; no se dejen engañar.

Los jefes, general   Ricardo López Jordán y los coroneles Manuel Navarro, Domingo Hereñú y   Manuel Caravallo, intentaron contener la deserción, pero muchos reclutas se fueron gritando 

¡Viva Urquiza y muera Mitre!

Reacción de Urquiza             

Durante la madrugada, mientras Urquiza se hallaba pernoctando en la estancia de Gregorio Castro, recibió la noticia del desbande y retornó rápidamente al campamento.

Cuando llegó uno 3.000 soldados se habían ido y el resto se proponía hacerlo en breve.

Urquiza ordenó fusilamientos, (*), hizo formar a las tropas y las arengó recordando sus triunfos y que la patria exige ir a la guerra, pero su prestigio no logró contener las deserciones en las noches siguientes.

El 7 de julio Urquiza decidió licenciar a todos los soldados y convocarlos nuevamente a reunirse en el Yuquerí a las órdenes de Miguel Galarza. López Jordán escribió a Urquiza desde Paraná el 31 de julio: Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca general; ese es nuestro amigo. Llámenos para pelear a porteños y brasileños. Estamos pronto. Eso son nuestros enemigos. Oímos todavía los cañones de Paysandú. Estoy seguro del verdadero sentimiento del pueblo entrerriano. (...) que la gente se reunirá donde V. E. ordene, pero no quieren ir para arriba.

 

Otros jefes expresaron lo mismo, como el coronel Juan Luis González, quien escribió a Urquiza el 19 de setiembre que si esta marcha no es contra Mitre, ellos no salen de sus departamentos.

López Jordán fue acusado de la deserción y algunos mitristas pidieron a Urquiza su fusilamiento, pero en esa ocasión, el gobierno central se abstuvo de represalias contra los sublevados.

Justo Carmelo de Urquiza escribió a su padre desde Concordia: ...que si los hacen marchar se sublevarán las divisiones... poniendo al frente a Ricardo López Jordán marcharán a favor del ejército paraguayo en contra de los aliados.

Urquiza volvió a reunir unos 6.000 soldados de las fuerzas provinciales, que tenían fama de excelentes tropas de caballería, pero éstas se volvieron a desbandar (Desbande de Toledo) el 8 de noviembre de 1865. Esta segunda deserción fue duramente reprimida con el auxilio de tropas brasileñas y uruguayas…”

 

Chávez brinda un dato clave a la hora de analizar la perspectiva de la investigación. Dice en un momento: “ pardos y morenos de 20 a 30 años y a todos los vagos y sujetos con penas correccionales…”   refiriéndose a la convocatoria de las tropas para marchar al campamento de Basualdo. De estos, integran las tropas unos 5.000 hombres y fueron entre 3.000 y 4.000 quienes desbandaron.

Es acertado insertarse en el terreno de la época con respecto a la composición geográfica del lugar. Nuestro norte entrerriano, para el año 1865, era caracterizado por su selva Montielera y los pocos caminos, que llevaban a los distintos agrupamientos poblacionales y a los destacamentos o estancias, eran senderos muy estrechos que se abrían dentro de marañas de monte espeso, atravesados y cortados por lagunas, bañados, arroyos o ríos fronterizos. El ganado cimarrón y el que producían unas pocas estancias era un atractivo para pobladores y gente de paso, en razón de procurar alimento. Así también cuenta en su libro “San José de Feliciano-Un Pago con Historia” el profesor Miguel Ángel Fernández “…Luego que el peligro de los ataques indígenas fuera eliminado definitivamente y quedaran disponibles enormes extensiones de campos con miles de cabezas de ganado vacuno después de la expulsión de la Compañía de Jesús, comenzó un proceso de ocupación estable del territorio entrerriano. Sin embargo, la cuestión tardó un poco más en el extremo norte, alejado de las principales rutas de ese momento y cubierto por el espinal del Montiel, donde se refugiaban “vagos y malentretenidos”, es decir, desertores, fugitivos de la justicia, matreros y primeros gauchos o gauderios que vivían de las faenas clandestinas de ganado o trabajaban para los contrabandistas…”. En este fragmento aparecen términos despectivos y discriminativos propios de la época para nombrar a los excluidos, bandidos rurales y los fuera de la ley por muchos motivos. En estas calificaciones se pueden haber enmarcado los desertores del gran desbande que ocurrió en los campamentos de Basualdo. Todo el terreno y las características geográficas de la zona ayudaron a estos “pardos y morenos” a refugiarse en la espesura del monte y, seguramente con el tiempo, ir constituyendo el engrosamiento del propio poblamiento espontaneo de la comarca.

-Barrio El Cardal “El Barrio de los Negros”

A poco menos de un kilómetro del centro urbano de la ciudad de San José de Feliciano se encuentra el barrio conocido como El Cardal. Este barrio, antiguamente, era llamado por las “familias del centro”, despectivamente, El “Barrio de los Negros”, ya que en él, y en sus cercanías, habitaban muchas personas de raza negra. Dentro de éste popular barrio de destacaba una familia de apellido Rodríguez, representada por una conocida curandera, fabricante de escobas de palma caranday y vendedora de yuyos llamada “Doña Machenga”. Doña Machenga, la escobera, vivía con sus hijos en el Barrio Cardal y mantenía el oficio que fue enseñando a todos ellos y a las familias cercanas, hoy en día sus bisnietos y tataranietos siguen con esta vieja tradición de fabricar y vender escobas de caranday en el pueblo, para el municipio y la barrida de las calles y en negocios particulares. Esta vieja curandera siempre era acompañada por su hija, Silvana, quien, dicen los vecinos del lugar, había heredado los “poderes de curandera” de su madre y seguía curando empachos, males de ojo, recalcaduras y todo tipo de dolencias con la ayuda de sus yuyos medicinales. También habría heredado un famoso “Santito milagrero” que detallaré más adelante y que fue motivo de devoción popular ya hace mucho tiempo.

 



 

 

Doña Machenga siempre llevó con ella una tradición oral que fue pasando de generación en generación. Todos los integrantes de la familia cuentan la misma historia. En conversaciones con ellos acerca del “santito” siempre sale, espontáneamente, la afirmación “La abuela Machenga vino de la casa de Urquiza…” o “Ella siempre decía que era criada de Urquiza”. Estos dichos vienen a cada momento de las conversaciones con los Rodríguez, como si se tratara de un sello característico que quizás en un pasado lejano dio status social dentro de los vecinos o como si recordaran la popularidad del caudillo entrerriano y ello les daba una posición más poderosa, incluso que el carácter místico de la curandera. Cierto caso que esto se repite hasta hoy en día dentro de los bisnietos de la vieja curandera, Raúl y Eulogio, que custodian celosamente el monolito del “Santito” encontrado por su bisabuela Machenga, heredado a Silvana y de ella a Pascual y así sucesivamente.

La duda viene aquí mediante los antecedentes históricos, pues son estos los que nos pueden llevar a preguntarnos ¿Por qué esta familia tiene tan presente el nombre de Urquiza? ¿Será que la vieja curandera era, realmente, criada de la casa de Urquiza? ¿Son estos pobladores del barrio descendientes de los mismos Pardos y Morenos que fueron protagonistas del Desbande de Basualdo? Son preguntas que se irán respondiendo mediante avance la investigación y son el comienzo de hipótesis sobre algo que a los habitantes de Feliciano tenemos como trivial o cotidiano y que en la mera convivencia naturalizamos, la relación del poblamiento espontaneo del departamento con la raza afro que está en muchos de nuestros antepasados.

 



 

 

El Señor del Buen Camino.

Durante mi infancia mi abuela se encargaba de contarme de su vida en las chacras y de su niñez, de sus vivencias en el campo, de su casa cerca de lo de “Bernal” decía ella, aludiendo a los campos de un hacendado del departamento de apellido “Bernard”, cuyos campos quedan sobre la ruta, hoy de ripio, que lleva al sur de la ciudad y pasa por el barrio “El Cardal”. La cuestión es que tanto mi abuela como mi mamá siempre me contaron historias relacionadas con una famosa peregrinación con un santito que llevaba una curandera negra que era escobera y que vivía en el Cardal, el “santo negro” decían ellas, era puesto en la punta de un palo de escoba, adornado con cintas de muchos colores y era sostenido por doña Machenga, “la viejita caminaba bien encorvada, contaba mi abuela”, en el frente de la procesión. Detrás de doña Machenga y de la Silvana venían músicos con acordeón, guitarras y “cantaban chamamé todo el tiro” hasta llegar al pueblo, cuando llegaban al centro lo dejaban al santito y volvían. Todo esto se hacía en tiempos de sequía para pedirle al “Señor del buen Camino” que llueva y así poder subsistir con sus chacras y sus animalitos.

La familia Rodríguez cuenta que doña Machenga encontró, en sus rondas de búsqueda de palma caranday para fabricar escobas, un pequeño “Santito” debajo de una de estas plantas y lo bautizó “El Señor del Buen Camino”, el “Santito” al que aluden es un pequeño Cristo en posición de crucifixión, sin la cruz detrás, al parecer de bronce, ya que el paso del tiempo lo dejó de color negro por las transformaciones del metal pero que al pulirlo, cuentan ellos, que se torna de color dorado. La vieja curandera acudía a él en todo momento, siempre me contaba mi madre que cuando salía a vender sus yuyos para curar males, verduras, huevos caseros, al recibir la paga del comprador repetía la plegaria “Gracias santito por la venta”. El Señor del buen Camino era sacado en procesión por los pobladores del Cardal cuando faltaba el agua, lo llevaban haciendo una peregrinación hasta “el centro del pueblo” y mi abuela contaba que lo traían de vuelta, aunque los Rodríguez cuentan que lo dejaban clavado allí hasta que lloviera y el “Milagro” se daba a las poquitas horas que era depositado, al otro día, a veces bajo la lluvia, preparaban de nuevo la procesión y lo volvían a su “capillita” en agradecimiento y le prendían velas, le dejaban flores y cintas, le rezaban una oración.

“El santito” es muy milagroso, cuenta la familia, materia pendiente de la investigación es buscar y rastrear a alguna persona a la que le haya concedido algún milagro. Queda pendiente la tarea.

 

 

 

 

 

Fuentes:

- Castagnino Leonardo- Guerra del Paraguay. La Tripe Alianza contra los países del Plata
- Chávez, Fermín. Vida y muerte de López Jordán.
- Rosa, José María. La guerra del Paraguay y las montoneras.

-Fernández Miguel Ángel-San José de Feliciano Un Pago con Historia.

-Tradición Oral de San José de Feliciano.

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