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Sociedad

El perfil de un asesino sin escrúpulos

El genocida murió mientras dormía.

El genocida Jorge Rafael Videla falleció esta mañana cumpliendo una condena a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad en su celda de la localidad bonaerense de Marcos Paz, tras haber permanecido impune durante años y defendiendo hasta sus últimos días el Terrorismo de Estado instaurado el 24 de marzo de 1976.

Videla recorrió la carrera militar hasta el grado de teniente general, siendo destituido por el Ejército por los delitos cometidos, y también recibió el honor máximo en la fuerza al ser designado por la ex presidenta que derrocó -María Estela Martínez de Perón- en el cargo de Comandante en Jefe del Ejército, meses antes del golpe.

Desde que asumió el 24 de marzo y hasta que fue reemplazado por Roberto Viola en 1981, reivindicó como presidente de facto y como reo ante la justicia el plan sistemático de secuestros, torturas y exterminio de personas como también el robo de bebés.

Fue el brazo ejecutor que José Alfredo Martínez de Hoz necesitaba para implementar la política económica liberal.

“Le diré que frente al desaparecido en tanto éste como tal, es una incógnita, mientras sea desaparecido no puede tener tratamiento especial, porque no tiene entidad. No está muerto ni vivo...Está desaparecido”, fue la respuesta que dio en 1979 en una rueda de prensa donde se le preguntó por los miles de casos de desaparecidos que eran denunciados por organismos de derechos humanos y familiares.

Así, Videla se convirtió en el “autor intelectual” que resignificó la palabra “desaparecido”, porque tanto en Argentina como en el exterior, a partir de ese momento el término fue asociado directamente con la dictadura cívico-militar ya que en su significado se desnudaba el mecanismo utilizado para enfrentar a los opositores al régimen.

Para revelar sin eufemismos hasta dónde el terrorismo de Estado estaba dispuesto dijo: “Un terrorista no es sólo alguien con un revólver o una bomba, sino también aquel que propaga ideas contrarias a la civilización occidental y cristiana”.

En la misma línea que muchos genocidas, sentado ante el banquillo de los acusados defendió y repitió a rajatabla el discurso para avalar un genocidio centrado en la “teoría de los dos demonios” para equiparar el poder de las fuerzas de un Estado con el accionar de grupos armados, que en gran parte ya habían sido eliminados.

En el libro “El dictador”, de María Seoane Vicente Muleiro, aceptó que la desaparición de personas era “la única manera” de ejecutar el plan sistemático.

“No, no se podía fusilar. Pongamos un número, pongamos cinco mil. La sociedad argentina no se hubiera bancado los fusilamientos: ayer dos en Buenos Aires, hoy seis en Córdoba, mañana cuatro en Rosario, y así hasta cinco mil. No había otra manera”, dijo dejando en evidencia la complicidad con los medios de comunicación cuando publicaban información sobre “enfrentamientos con subversivos”.

La connivencia de la dictadura con los diarios de máxima circulación se manifestó con claridad el 26 de septiembre de 1978, al inaugurarse la planta Papel Prensa en la localidad de San Pedro, con la presencia de Ernestina Herrera de Noble y Bartolomé Mitre hijo, en una sociedad mixta dondeClarín La Nación tenían el mayor porcentaje de las acciones y el monopolio en la producción de papel para diarios.

Allí estuvo el dictador Jorge Rafael Videla quien destacó la importancia de la asociación del Estado con los privados, dejando claro que “a veces es indispensable el callar y la prudencia de un silencio cuando está en juego el bienestar común”, en un explícito mensaje en el que el silencio periodístico fue oficialmente comprado para ocultar el plan criminal que dejó 30 mil desaparecidos.

Esa complicidad, de la que Videla ya no podrá defenderse, tendrá que ser llevada a juicio oral en la causa que investiga la apropiación ilegal de la firma Papel Prensa SA por parte de los diarios Clarín, La Nación, y La Razón.

Meses antes, en 1978, el ex dictador había usufructuado la pasión argentina por el fútbol con la realización del torneo Mundial de Clubes que mantuvo en éxtasis a la sociedad durante casi un mes mientras a pocos metros de la cancha de River funcionaba uno de los principales centros clandestinos de detención y torturas, la ESMA.

A más de veinte años de la recuperación de la democracia, en un gesto de reparación histórica, el 24 de marzo de 2004 el entonces presidente Néstor Kirchner tomó una decisión que haría historia, ordenando que los cuadros de los dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone, que estaban colgados en una de las galerías del Colegio Militar de El Palomar fueran retirados.

Quizás como respuesta, el genocida se ocupó en muchas oportunidades de demonizar la figura del matrimonio Kirchner, como cuando en un reportaje a una publicación española en 2012, que “los Kirchner son lo peor que le pudo pasar a la Argentina”.

También cuando en 2010 dijo que “Los enemigos de ayer están hoy en el poder y desde él intentan establecer un régimen marxista, a la manera de Gramsci, que puede estar satisfecho de sus alumnos”.

En ocasión del juicio que lo condenó a prisión perpetua por el robo de bebés, el año pasado insistió:“Lo más grave es haber enrostrado al Ejército de manera indirecta la autoría de un plan que no existió. Es mi deseo reivindicar al Ejército Argentino respecto de este agravio irracional y gratuito”.

Videla falleció a los 87 años en una cárcel común, donde seguía recibiendo la comunión en la misa dominical que impartía su vecino de celda, el ex capellán Christian Von Wernich, y sin confesar sus delitos y silenciando información sobre los cómplices de los actos aberrantes que cometió.

Télam

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